Thursday, October 15, 2009

Mera coincidencia

Vidas.zip
por Lorenzo Silva
RELATOS | Vidas.zip


Foto: Íñigo Morales de RadaFoto: Íñigo Morales de Rada
La mujer miró a la pareja con gesto displicente. Y eso que se suponía que las estrellas Michelin se concedían entre otras cosas por la amabilidad en el trato al cliente. "Voy a ver", dijo, y giró sobre sus talones para emprender un lentísimo avance hacia la cocina, sintiendo sin duda el placer de darles la espalda de forma sostenida a quienes acababan de dirigirse a ella.
Al cabo de un minuto, regresó con el mismo paso solemne y el gesto altivo con que se había separado de ellos. Aguardó hasta llegar a su altura para informarles del resultado de su pesquisa. Ni siquiera abrió la boca. Se limitó a menear la cabeza. La pareja se encogió de hombros. Bien mirado, hacía un día demasiado hermoso, bajo aquella inusual luz azul del Cantábrico, para apenarse por tan nimio contratiempo. Habían visto el letrero que anunciaba el restaurante del famoso cocinero desde la carretera, y aunque no tenían reserva y sabían que así era improbable encontrar sitio, y más con la muchedumbre de turistas que se apiñaba a la entrada del establecimiento, habían entrado a preguntar por si acaso. Por preguntar, nada se pierde. Ya habría más sitios donde comer en condiciones, y tampoco pasaba nada por perderse aquella experiencia respecto de la que no habían tenido tiempo de crearse la menor expectativa.
De modo que siguieron camino, contemplando el mar encalmado que se extendía infinito a su derecha, disfrutando de aquel sol que reventaba las costuras de las nubes e invitaba sin más a vivir. Pararon en el siguiente pueblo, cuna de un navegante cuya hazaña hoy no recordaba ya casi nadie, pero que en su tiempo había sido inmensa, y sobradamente celebrada en siglos posteriores.
Visitaron su monumento, presa de un desconcertante abandono, y sin prisa buscaron, bajando por las empedradas callejas, el borde del mar. Allí vieron varios restaurantes, donde podrían desquitarse del desplante sufrido en el del célebre 'chef'.
En particular les atrajo uno que parecía lo contrario de lo que les había parecido el otro. Tranquilo, nada bullicioso, y más que a propósito para disfrutar de un placentero almuerzo.
Cuando entraron, comprobaron que sólo unas pocas mesas estaban ocupadas. Cuando vieron los platos, decidieron que no tenía nada que envidiarle a ningún otro. Cuando les atendieron, descubrieron que eran compatibles la excelencia culinaria y la amabilidad. Pero aún faltaba lo mejor. Ella se había sentado de espaldas, y él padecía de un astigmatismo para el que se resistía a usar gafas. Por eso no lo vieron en seguida.
Al cabo de unos minutos, sin embargo, le dio a él la impresión de reconocer a uno de los comensales de una de las mesas. Se fijó mejor y de pronto no le cupo ninguna duda. Paladeó un sorbo del frío vino blanco que habían pedido y le dijo a ella, sonriente: –Mira quién está en esa mesa, cuando puedas. Ella se volvió discretamente y al principio tampoco lo reconoció. Pero luego miró a su compañero de mesa con los ojos abiertos como platos. Sacudió la cabeza y dijo: –No me lo puedo creer.
Era el cocinero. Tras habérseles negado la posibilidad de probar en su atestado local la comida preparada por sus subalternos, allí estaban, donde comía él. Alzaron sus copas. No podía ser mejor augurio para la vida que empezaban en común.

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